Cinco desmentidos para rechazar transgénicos
Hoy, cuando el gobierno mexicano inició ya la concesión de permisos de “siembra experimental” de maíz transgénico y cuando la fao llega aquí a legitimar al gobierno mexicano y a ser legitimada por el gobierno mexicano en su postura de respaldo y promoción de la biotecnología, nos parece indispensable construir un cuadro amplio que a su vez permita juzgar adecuadamente qué significa introducir maíz transgénico en México. En éste hemos resumido cinco puntos que desnudan las mentiras de los transgénicos y ponen en perspectiva cuál es el intento que yace tras los cultivos genéticamente modificados.
1. Los cultivos transgénicos no son una herramienta ni una estrategia tecnológica que permita aumentar la producción agrícola, ni de alimentos ni de otro tipo de producto. Por el contrario, los cultivos transgénicos están inevitablemente asociados a una disminución de la producción. ¿Por qué? Porque las plantas transgénicas son plantas a las que se les obliga a producir sustancias extrañas que normalmente no producirían. Para eso las plantas transgénicas le deben robar energía, agua y nutrientes a su producción normal y por ende terminan produciendo menos.
Si comparamos un grupo de plantas con otro grupo de plantas con las mismas características, pero a las que ya se las ha convirtió en transgénicas, las transgénicas producirán menos que las normales. Éste es un fenómeno comprobado, no sólo en experiencias de campo; también en ensayos de centros de investigación que indican que la disminución del rendimiento —al cual se le llama “brecha productiva”— es de al menos un 10%.
¿Por qué, si los cultivos transgénicos no aumentan la producción, se les intenta imponer con tanta fuerza? La respuesta es que los cultivos transgénicos tienen otros objetivos que para las empresas son muy importantes. Aquí mencionaré dos de ellos.
El primer objetivo es maximizar las ganancias del puñado de empresas que hoy controlan las semillas transgénicas y la producción de agroquímicos. El segundo objetivo muy ligado con el anterior, es pasar a ser parte de ese conjunto de medidas —técnicas, económicas, legales y políticas— que tienen como meta acabar con la producción independiente de alimentos; es decir, acabar con la producción que hacen campesinos, pescadores, pastores, pueblos indígenas y pequeños productores del mundo entero, para poner esa producción bajo el control de los grandes capitales.
Primer objetivo. Cómo esperan maximizar las ganancias. Todos los cultivos transgénicos, sin excepción, están patentados o sujetos a alguna otra forma de propiedad intelectual. Quien los use se verá obligado a comprar semillas año tras año. Y no sólo eso; además se verá obligado, mediante un contrato que deberá firmar al momento de comprar la semilla, a comprar un conjunto de agroquímicos, producidos, la mayoría de ellos, por las mismas empresas semilleras.
Hoy, la mayoría de quienes cultivan transgénicos se ve obligada a utilizar glifosato, pero ya hay otros transgénicos que obligarán a quienes los cultiven a comprar y utilizar, además, otros productos químicos.
Entonces, los transgénicos son un instrumento diseñado y utilizado para expandir el mercado de las semillas y el mercado de los agroquímicos. Estamos hablando de muchísimo dinero. Actualmente el mercado de las semillas es de unos 20 mil millones de dólares anuales y las empresas quieren llegar a al menos 40 mil millones para el año 2020, y seguir creciendo después de eso.
El mercado de los agroquímicos es aún más grande, tres o cuatro veces eso. No debemos olvidar que si las empresas quieren vender todos los años 20 mil millones de dólares adicionales sólo en semillas, significa que alguien deberá pagarles ese dinero. En los planes empresariales, ese “alguien” incluye a campesinos e indígenas.
Segundo objetivo. Terminar con la producción independiente de alimentos. Con los transgénicos los agricultores y campesinos se verán obligados a firmar contratos donde se comprometen a cultivar de la manera en que la empresa lo determine. La empresa determinará fecha de siembra, dosis de semilla, distancias entre surcos, labores de cultivos, qué agroquímicos usar, cuándo y en qué dosis, etcétera.
De acuerdo a las leyes de propiedad intelectual, las empresas incluso tienen la posibilidad de fijar a quién se le va a vender el producto. La capacidad de decidir cómo cultivar, cuándo cultivar, qué cultivar, cómo cuidar el suelo o el agua al cultivar, cómo combatir las plagas o enfermedades, y las muchas otras capacidades necesarias para ser un buen cultivador van a quedar eliminadas por contrato. A eso se le suma que será delito guardar o intercambiar semilla y que aumentarán los costos por la obligación de comprar esas mismas semillas y otros insumos. Veremos entonces la imposición de contratos que nos dirán que no podemos ser cultivadores libres, que debemos despreciar los saberes propios y someternos al conocimiento y marcos técnicos de las empresas; que es un delito cuidar e intercambiar semillas —como los pueblos del mundo lo han hecho desde que hay agricultura—, y que es necesario obligar a campesinos y pueblos indígenas a endeudarse.
Para las empresas el camino está claro: o logran obligar a los campesinos e indígenas del mundo a pagarles, o los expulsan de la tierra para que los reemplacen grandes empresarios que sí pagarán. Pero los transgénicos no actúan por sí solos.
Cada uno de estos elementos será reforzado por un conjunto de otras leyes y políticas que ya están en marcha. Son los programas de registro y certificación de la propiedad de la tierra (un ejemplo en México es el llamado Procede), que en la práctica intentan fragmentar las propiedades sociales que existen en muchas partes (en América Latina es muy claro). Pero también programas que dan un subsidio por tamaño de la superficie sembrada, o por la cantidad producida o combinaciones de ambos que intentan también establecer prácticas individuales y relaciones entre las dependencias y los agricultores de manera individual, privilegiando las rentabilidades impuestas y los acaparamientos de tierras.
Son también las leyes de semillas, las llamadas buenas prácticas agrícolas, los tratados de libre comercio que permiten que grandes capitales extranjeros compren millones de hectáreas en nuestros países, las normas de calidad que sólo benefician a los más grandes, y muchas más.
Si este conjunto de leyes y políticas se imponen y tienen éxito, el resultado será que los campesinos y pequeños productores quedarán endeudados y dependientes: las condiciones exactas que han llevado a la expulsión desde la tierra a un número inmenso y creciente de comunidades indígenas y campesinas. Si los campesinos y pueblos indígenas desaparecen, lo que veremos es que las transnacionales no sólo controlarán las semillas, los agroquímicos y los fertilizantes. Controlarán además la alimentación. Y ése es el mercado más grande del mundo, el más lucrativo y el más cautivo.
Controlarlo es hoy un objetivo central de los grandes capitales. Los cultivos transgénicos encuadran perfectamente en este escenario, son el instrumento idóneo para avanzar hacia los objetivos que las grandes empresas tienen. Por eso quieren imponerlos.
2. La contaminación transgénica no es un accidente, no es un descuido de las empresas. Tampoco es un descuido de los campesinos o agricultores, como nos quieren hacer creer. La contaminación es un proceso impulsado deliberadamente por las empresas que controlan las semillas transgénicas.¿Cuáles son los principales cultivos transgénicos hoy en día? Son cultivos asociados a la alimentación: maíz, soya, canola. Tres cultivos con un altísimo e inexorable poder de contaminación. El maíz —como todo el que lo siembra sabe— se puede cruzar a kilómetros de distancia con cualquier otra variedad de maíz.
Al contaminar el maíz se contaminaron cientos de variedades y se contaminó toda la cadena agro-alimentaria industrial, porque el maíz lo comemos no sólo directamente, sino también como aceite y como azúcar. Por tanto, con el maíz se contaminó la alimentación de miles de millones de personas.
La soya transgénica fue la herramienta que utilizaron las empresas para contaminar la alimentación animal y con ello los alimentos de origen animal, además de casi todos los alimentos procesados que utilizan la soya como conservante.
La soya contamina mucho menos que el maíz en el campo, pero su poder de contaminación de los alimentos es posiblemente mucho mayor, y seguirá creciendo en la medida que la alimentación sea cada vez más procesada y controlada por la industria procesadora.
La canola también sirvió para contaminar la alimentación animal y los aceites. Éste es otro cultivo que se puede cruzar a grandes distancias, pero no se cruza sólo con otras variedades de canola, sino con una larga lista de otras plantas, desde hortalizas como la coliflor o el repollo [col], hasta plantas silvestres como la mostaza silvestre. Al contaminar la canola, se perdieron diversas variedades de canola no transgénica y se contaminaron de manera invisible cultivos que comemos tranquilamente como naturales.
Si las empresas biotecnológicas hubiesen querido evitar la contaminación transgénica, lo último que habrían hecho habría sido elegir el maíz, la soya y la canola.
Ni el más mediocre o ignorante de los genetistas, biólogos, agrónomos o biotecnólogos puede desconocer el alto poder contaminante de estos tres cultivos. Por tanto, la contaminación es una estrategia deliberada, y lo es porque quieren imponer la contaminación de hecho. Su objetivo es causar una contaminación tan alta que puedan decir que ya no hay nada que hacer.
Fue la estrategia que siguieron en los países del Cono Sur y es lo que quieren hacer en México. En México se encontraron con que no es tan fácil contaminar mediante la introducción ilegal de semillas, como lo hicieron en Brasil y Paraguay, porque ha habido una reacción desde las comunidades y desde quienes cultivan el maíz propio, que ha impedido que la contaminación se esparza como fuego. Por lo mismo, necesitan introducir el maíz transgénico de manera “legal” para hacerlo de manera masiva.
Pero la contaminación no es utilizada sólo para vencer la resistencia. Es además parte de una estrategia altamente perversa: las empresas semilleras contaminan a través de los cultivos transgénicos y una vez que contaminan no piden disculpas, no remedian la situación, ni pagan indemnización, sino que dicen que ese cultivo contaminado les pertenece, al menos en parte. Y como una parte es de las empresas, las empresas deciden que quien fue contaminado no puede seguir cultivando esa semilla, a no ser que pague por el permiso. En otras palabras, mediante la contaminación, las empresas pueden obligar a que la gente pague por sembrar las semillas que ha cultivado toda su vida o pueden obligarles a abandonar sus cultivos.
Es así que los cultivos transgénicos se convierten en mecanismo para arruinar los cultivos no transgénicos y reclamar propiedad sobre ellos. Es lo que están haciendo en Estados Unidos y Canadá, donde hay miles de agricultores sometidos a juicio o demandados por las empresas. Éste es un peligro que hoy se cierne sobre todos los agricultores; el peligro es incluso mayor para los que se resisten a los transgénicos, pero que están en las cercanías de ellos. En el caso del maíz, debido a su capacidad para cruzarse ampliamente, “estar cerca” bien puede significar todo el territorio mexicano.
3. La liberación de cultivos transgénicos es el equivalente a contaminar el mundo(y en particular nuestra alimentación) con una cantidad creciente de sustancias químicas desconocidas. La contaminación se multiplica. Esas sustancias extrañas que las plantas se verán obligadas a producir irán en aumento en la medida que más plantas se contaminen. Si los transgénicos se imponen tendremos una cantidad incalculable (no sabremos qué cantidad será) de sustancias químicas desconocidas y no sabemos qué efectos tendrán esas sustancias sobre otros seres vivos, sobre la naturaleza, o sobre nosotros mismos.
Sabemos muy poco sobre los efectos de los cultivos transgénicos. No sabemos qué hacen esas sustancias extrañas. Menos sabemos cómo interactúa cada una de esas sustancias extrañas con cada cultivo transgénico.
Es posible que comer soya resistente al glifosato cause un efecto muy distinto a comer maíz resistente al glifosato, pero no lo sabemos. Y no lo sabemos porque las empresas que producen semillas transgénicas han utilizado todo su poder y riqueza para amenazar, amedrentar, perseguir y marginar a los científicos que se han atrevido a investigar al respecto, incluso arruinando las carreras de científicos respetados. Y esta represión agresiva y violenta la han desplegado con la complicidad de los gobiernos, las universidades, los centros de investigación, los organismos públicos y los organismos internacionales.
Lo poco que sí sabemos es lo aterrador de los efectos de los transgénicos. Ver las deformaciones del maíz en zonas donde hay contaminación transgénica asusta y hace que duela el alma. Lo poco que se ha logrado filtrar de los resultados de investigaciones muestra que el consumo de transgénicos altera significativamente el desarrollo y la reproducción.
Años atrás supimos de la ocurrencia de falsos embarazos en marranas alimentadas con transgénicos.
Supimos que las bacterias de nuestros intestinos —las que nos ayudan a digerir y a mantenernos sanos— sufren transformaciones cuando comemos transgénicos.
Pero a todo rápidamente se le echa tierra y el objetivo es mantenernos en la ignorancia. Es una ignorancia criminal, porque cuando descubramos cuáles son los efectos reales de los transgénicos, también descubriremos que a absolutamente todos (y a toda la vida sobre el planeta) nos han convertido en conejillos de indias.
4. Maximizar las ganancias y lanzar al mundo sustancias desconocidas de manera irresponsable y criminal es una estrategia que no tiene límite. De hecho, hoy se está preparando un paso más de esta estrategia. Ese paso es la producción de sustancias de todo tipo mediante cultivos transgénicos: toxinas, hormonas, vacunas, solventes, plásticos, pinturas, pegamentos, drogas, etcétera. En vez de producirlos en un laboratorio mediante síntesis química, se utilizarán cultivos transgénicos que serán altamente tóxicos como una especie de mini fábricas. Son los llamados farmacultivos, hoy parte central de las estrategias de desarrollo de las empresas que producen transgénicos, incluidos Bayer, Monsanto y Syngenta. Los peligros de estos cultivos son obvios, pero las empresas tienen la complicidad de organismos como la fao, que en la conferencia que se desarrolló en Guadalajara los presenta como una gran “oportunidad”.
Los farmacultivos van a ser plantados especialmente en países del Sur, donde los gobiernos se han convertido en grandes aliados de las transnacionales, donde las regulaciones son pocas y donde la diferenciación social hace muy difícil procesos de defensa mediante cursos legales. Seremos el espacio de contaminación que las transnacionales necesitan para seguir llenando sus bolsillos. Los farmacultivos son, a la vez, una gran oportunidad de negocios y de marginar a campesinos y pueblos indígenas.
Como serán cultivos de mucho valor económico y altamente tóxicos, deberán mantenerse bajo estricta vigilancia policial.
Las leyes que hoy se están aprobando en distintos países especialmente para los transgénicos permitirán que esa policía sea privada, en manos de las empresas o de contratistas privados.
Lo previsible es que nos encontraremos con áreas donde se le permita a las empresas instalar estos cultivos de manera exclusiva y donde (supuestamente para proteger nuestra alimentación) se prohíba cultivar alimentos. Las comunidades rurales de esas zonas tendrán que elegir entre cultivar alimentos clandestinamente, convertirse en mano de obra barata para las empresas de transgénicos o abandonar la tierra. Las posibilidades de conflictos sociales crecientes son altas y por ende las posibilidades de pasar del control policial al militar son también altas.
La idea de que el ejército o empresas como Blackwater se desplieguen para cuidar zonas exclusivas para ciertos cultivos transgénicos dejó de ser impensable o absurda. Con o sin control militar, estas zonas causarán inevitablemente contaminación en las zonas que las rodeen, lo que posiblemente será utilizado para expandir las zonas con farmocultivos, y expandir así la expulsión de campesinos, la prohibición de producir alimentos y el control por las empresas.
5. México no es un caso único.Lo que aquí sucede está sucediendo en todo el mundo. Las diversas leyes, políticas y programas que hoy buscan debilitar, destruir, marginar o arrinconar a comunidades indígenas y campesinas son casi idénticas de un país a otro. Los políticos que aprueban estas leyes o aplican estas políticas ni siquiera se dan el trabajo de redactarlas o diseñarlas ellos mismos; en la inmensa mayoría de los casos reciben los textos terminados de las organizaciones empresariales o de organismos como el Banco Mundial, la fao , la ompi, o los equipos negociadores de los tratados de libre comercio. Más y más estamos viendo leyes en un país que son idénticas a las de otro país, con las mismas palabras y los mismos conceptos.
Los procesos de contaminación también tienen muchas similitudes de un país a otro.
Lo que hace distinto a México es que la contaminación no se expandió tan fuerte y tan rápido como ha ocurrido en otros países. Y por ello México es un caso de prueba para las empresas biotecnológicas: si pueden contaminar México, el mensaje será que pueden contaminar cualquier cosa. Si logran destruir un cultivo que es sagrado para tantos pueblos, si logran pasar por alto la resistencia que los pueblos de México han desplegado por casi diez años, entonces se atreverán con cualquier otro. Por eso hay que insistir en que los procesos en defensa del maíz son importantes no sólo para México, sino para todos nuestros países.
Si las empresas logran su cometido, una vez que ocurra la contaminación, seguirán con estrategias y discursos múltiples, incluso contradictorios. Dirán, por ejemplo “¿Vieron? Se contaminó y no pasó nada”. Esto es un absurdo, puesto que los efectos de la contaminación no necesariamente los veremos de inmediato: podrían pasar años antes que viéramos que pasa “algo”, pero el daño se estará produciendo desde el primer momento.
Un segundo discurso, ya usado en otros lados y que utilizarán en México es: “tienen razón, la contaminación puede ser gravísima y habrá que controlar fuertemente las semillas y la producción”.
Para ello se implementarán programas como la recolección de semillas para ponerlas en bancos de germoplasma y/o programas de uso obligado de semillas certificadas compradas a las grandes empresas.
El tercer discurso es que los campesinos y pueblos indígenas, producto de su ignorancia, son incapaces de seguir las normas técnicas destinadas a evitar la contaminación transgénica.
Es decir, las empresas causarán la contaminación, pero dirán que los campesinos son incapaces de evitarla. Y con base en ello justificarán la imposición de reglas y controles muy estrictos. Habrá reglas y leyes que digan qué se puede cultivar, cómo se puede cultivar, cuándo cultivar, qué semillas se prohiban y qué semillas se pueden utilizar. Por sobre todo, habrá leyes que prohíban o restrinjan el intercambio de semillas con el pretexto que la ignorancia de pueblos campesinos e indígenas hará que los intercambios sólo sirvan para expandir la contaminación.
Usarán estos discursos y muchos otros, muchas veces contradictorios. Pero el efecto buscado es el mismo: destruir las semillas y los cultivos locales y las formas independientes y propias de cultivar, para imponer sobre la producción de alimentos el control empresarial total.
Resumiendo, los cultivos transgénicos no traen beneficio alguno, sólo costos y destrucción que caerán sobre los hombros de campesinos e indígenas y sobre los seres vivos en general. Las empresas buscan imponerlos para maximizar sus ganancias y su control sobre la alimentación, sin importarles los daños criminales que con ello provocarán. La complicidad de muchos gobiernos, centros de investigación y organismos internacionales es también criminal, ya que facilita y agrava estos peligros. Por lo mismo, se hace urgente que los pueblos se organicen para defender su alimentación y su entorno. Defender el proceso de resistencia en México además de que es urgente, podrá hacernos entender cómo proseguir la defensa del maíz y de todos los cultivos naturales en otras partes del mundo, pero también cómo proseguir con la defensa de modos de vida que son cruciales para el futuro de la humanidad.
GRAIN
* Ésta fue la ponencia presentada en la audiencia pública Los Transgénicos nos Roban el Futuro, Guadalajara, Jalisco, 2 de marzo, 2010