Criminalizar las semillas La más atroz ciencia-ficción
El capitalismo ha logrado convertir cada una de las crisis que vivimos en oportunidad para hacer más negocios y ganar más. El calentamiento del planeta es progresivo y descontrolado. Estamos por entrar en una crisis de energía y patrón civilizatorio al mermar peligrosamente las fuentes de petróleo. Las ciudades desbordan sus límites por el círculo vicioso de la expulsión-migración-urbanización-invasión-expulsión.
Desborda también la basura que arrojan en los territorios de los pueblos. Surge la revuelta cuando se agota el agua y suben los precios de los alimentos, muerde el hambre y la devastación ambiental se generaliza.
Ante el calentamiento global lo que se les ocurre es sustituir superficies sembradas con alimentos por más y más tierra (que no alcanzará) dedicada a cultivar materia prima para combustibles agroindustriales que no rinden pues producen menos energía de la invertida pero promueven otras fuentes de lucro. La especulación financiera descubrió que hambrear a muchos millones de personas era un gran negocio. Las empresas diseñan nuevos transgénicos con tal de que unas cuantas grandes corporaciones amplíen su ya de por sí desmedido control sobre la cadena alimentaria con semillas patentadas y agroquímicos más tremendos que vuelven drogadictos los suelos y los devastan sin consideración, de nuevo, por el negocio.
Los funcionarios del Programa Mundial de Alimentos y de la fao llegan al colmo de proponer y pactar (a coro histérico con las fundaciones Gates y Rockefeller), una nueva Revolución Verde que propone los mismos paquetes verticalistas y homogenizantes de semillas y agroquímicos que en su desastrosa primera versión. Y son estos agrotóxicos, parte sustancial de la agricultura industrial, una de las fuentes principales de los gases con efecto de invernadero.
La cruzada desarrollista seudofilantrópica de Gates y Rockefeller adquiere su rostro más siniestro cuando recordamos que son asesorados por Ernesto Zedillo (el presidente mexicano de la matanza de Aguas Blancas, El Charco, El Bosque y Acteal en México).
No hay ni de lejos la pretensión de construir un sistema alimentario más sustentable y equitativo. Sólo buscan continuar con el negocio y hacer dinero fácil. Es tabú reformular las reglas del sistema financiero o poner coto a los especuladores.
Por todo el mundo leyes y tratados de libre comercio tornan ilegal la práctica milenaria de guardar e intercambiar libremente las semillas de las comunidades porque las grandes compañías (una suerte de consorcio entre ciencia, finanzas, comercio, organismos reguladores internacionales, aparatos jurídicos y cuerpos legislativos) han buscado afanosos desde dónde hacer un ataque directo, radical, total, para erradicar la agricultura, privatizarla, y sustituirla con pura agroindustria. Quieren diluir el potencial del talismán que le ha permitido a los sembradores seguir libres: la semilla. Ésta es la llave de las redes alimentarias, de la independencia real de los campesinos ante los modos invasores y corruptores de terratenientes, hacenderos, narcotraficantes, farmacéuticas, agroquímicas, procesadores de alimentos, supermercados y gobiernos. Los investigadores de las grandes empresas suponen que sus versiones restringidas y débiles (homogéneas dirán) de la infinita variedad de las semillas sustituyen el potencial genético infinito de los cultivos y aseguran el futuro de la producción agrícola. Pero se equivocan por completo.
Crece también a nivel de las instituciones internacionales la moda de afirmar que conservan la biodiversidad fuera de los flujos que la hacen posible y sin los cuales no es ya, en lo absoluto, lo que supuestamente se buscaba conservar. Tres ejemplos recientes sobresalen por su despliegue público, el dinero y la investigación invertidos. Los dos primeros se ubican en Gran Bretaña y el tercero en Noruega: el Arca Congelada, de la Universidad de Nottingham, que supone resguardar material genético y “células viables” de especies animales en extinción; el Banco de Semillas del Milenio, (en Kew Gardens, jardines famosos desde mediados del siglo xviii cuando comenzaron, por orden real, a juntar muestras vegetales de todo el planeta); y la muy publicitada Bóveda del Fin del Mundo en Svalbard:
Este supuesto “sistema de seguridad total” para la biodiversidad de la cual dependería la agricultura mundial es la más reciente muestra de una desafortunada estrategia más amplia que busca hacer del almacenamiento ex situ (fuera de su lugar de origen, en bancos de semillas) el mecanismo dominante para conservar la diversidad de los cultivos. La bóveda crea un falso sentido de seguridad en un mundo en que la diversidad de los cultivos, presente en el campo, continúa siendo erosionada y destruida a una velocidad cada vez mayor. 1
Pero “la bóveda y las colecciones ex situ en general (y especialmente las instituciones involucradas en el manejo de estas colecciones) no pueden zafarse del actual contexto global donde unas cuantas corporaciones utilizan patentes y otros mecanismos para monopolizar el acceso y el control sobre las semillas. En un contexto así, aunque las intenciones sean completamente honestas, deben encararse muy a fondo aspectos como el acceso y el control de los materiales conservados…” Dice Armando Bartra en “La renta de la vida”:
Los códigos genéticos de millares de plantas y animales, y del propio genoma humano descifrado, son sin duda fuentes colosales de acumulación. Pero no son la verdadera riqueza. Son los nuevos valores de cambio pero en sí mismos no son valores de uso. La cartografía no es el territorio, y la biodiversidad no son sólo los jardines botánicos, las colecciones, los bancos de germoplasma y su forma superior, los códigos genéticos descifrados.2
De esto se derivan dos cuestiones contradictorias que Bartra señala. La primera es que las grandes corporaciones tienen la ilusión de dominar la biodiversidad con muestras supuestamente representivas, chatas, especie de “copias al carbón” sin el filo de la fluidez de todo el proceso biológico-social que está en el fondo de cualquier diversidad. Esta ilusión [de la cual los grandes e institucionales bancos de semilla son parte] conlleva un suicidio planetario. La segunda es que las corporaciones invaden los territorios —y fragmentan, acotan, desdibujan, eliminan o criminalizan los fluidos procesos biológicos y sociales que mantienen la diversidad existente, y los sustituyen in situ, por una versión muy restringida de esa diversidad. Esto refuerza la ilusión de que los bancos de conservación salvarán la biodiversidad.
“En la perspectiva depredatoria de los saqueadores”, dice Bartra, “una vez obtenidas las muestras el ecosistema sale sobrando, pues su estrategia económica consiste en sustituir la biodiversidad y las prácticas culturales que la preservan, por monocultivos de variedades transgénicas, de ser posible basados en semillas castradas que intensifican la dependencia del agricultor”.3
La crítica que hace Alejandro Nadal a la bóveda de Svalbard, podría hacerse extensiva a otros bancos ex situ:
El punto de partida del proyecto es que la diversidad genética puede peligrar “por guerras, desastres naturales, falta de financiamiento adecuado o mal manejo de las semillas”… Cary Fowler afirma que este instrumento permitiría reconstituir la agricultura mundial en caso de una catástrofe. ¿Se referirá a la dramática situación por la que atraviesa la agricultura en el mundo?
El proyecto fue inaugurado precisamente cuando la agricultura sustentable atraviesa su peor crisis. Las corporaciones transnacionales, los gobiernos de muchos países y los organismos internacionales… han declarado una guerra sin cuartel a los millones de campesinos de subsistencia y a los agricultores que utilizan los principios de la agroecología como base de sus estrategias de producción… y que mantienen viva la diversidad genética de los principales cultivos.
En lugar de apoyarlos… la bóveda de Svalbard les envía dos mensajes. Primero: abandonen el control de sus estrategias de producción y sométanse a los dictados de la agricultura por contrato de las transnacionales. Segundo: no se preocupen, nosotros cuidaremos el germoplasma que fuera desarrollado en los últimos 10 mil años y lo guardaremos en lugar seguro. Es más, ya estamos reconstituyendo la agricultura del mundo a imagen y semejanza de las necesidades del capital: la rentabilidad es primero.4
El punto central es que mientras se promueven bancos de conservación de semillas, diversos materiales genéticos y “células viables”, las legislaciones internacionales se empeñan en hacer ilegal el intercambio libre de semillas que ha venido ocurriendo por milenios y que es responsable de la conservación real y el fortalecimiento de la biodiversidad que hoy hace falta y que supuestamente los bancos promueven. Los bancos menosprecian el flujo imparable de saberes, los intercambios de semillas y las mejoras continuas implícitas en los procesos reales de la agricultura. Es más, las legislaciones de muchos países intentan frenar el proceso que hace viable la agricultura y la biodiversidad al punto de matarlo.
Sólo en este contexto es posible darle su significado real a los elefantes blancos de “conservación de muestras”. Especie de señuelos, de espejismos que, con o sin intencionalidad, desvían la atención de la guerra en todos los frentes contra el campesinado libre, que desvían la atención del devastador proceso de criminalización de las semillas como las conocieron generación tras generación los campesinos que han mantenido comiendo a la población mundial.
Así, lo que se necesita para defender al maíz, al trigo, al arroz, a las semillas nativas en su integridad —no sólo contra la contaminación genética— es apoyar la restauración de los sistemas, procesos y dinámicas que crearon y mantuvieron diversos a muchísimos cultivos y sus semillas durante tantos siglos, junto con los saberes que unas personas y otras, unos colectivos y otros, fueron intercambiando con cariño y respeto mutuo. “Ninguno de esos procesos es posible sin la permanencia de los pueblos indígenas y campesinos que los pusieron en marcha”.
La riqueza y diversidad biológica son producto inseparable y absolutamente dependiente de la riqueza y diversidad humana. Y viceversa. Por eso es tan grave la homologación, el patentamiento, la apropiación a la mala, el secuestro de unas cuantas semillas tomadas como “características”, o su certificación y su santificación en bancos genéticos que están controlados por otros que no son los núcleos campesinos. “Sólo la acción de colectivos humanos complejos, ricos y diversos, trabajando en ambientes de todo tipo, en condiciones de tomar decisiones de manera descentralizada y diversa, de aplicar estrategias y herramientas diversas, de buscar objetivos diversos e incluso divergentes, permitirá mantener, restaurar y fortalecer la riqueza y diversidad de las semillas y la agricultura”, afirma GRAIN en varios documentos.
Las semillas nativas, libres, comunes, de confianza, son la más antigua tradición humana viva, y dan esperanza de que haya un posible futuro. Su intercambio habla de saberes antiguos que se renuevan cada ciclo agrícola, da certeza a una diversidad biológica que se expande y fortalece el cultivo del que son germen.
Millones de colectivos cifran su vida en sembrar, limpiar, cultivar, cosechar y recoger los ejemplares más especiales para guardarlos y cambiarlos con los parientes, los vecinos, los amigos, la comunidad y otras comunidades. Con su cuidado y selección continua a lo largo de milenios, han logrado mantener una vida plena casi fuera del ramplón sistema que se apodera del mundo, en los márgenes de los aparatos de control de Estados, empresas y gobiernos. Todavía en el mundo más de mil 400 millones de campesinos producen su propia comida, alimentan al mundo y no dependen sino tangencialmente del mercado. Eso les permite mantener una vida más o menos autogobernada y cuidar de modo integral los territorios que habitan: el bosque, los páramos, la lluvia, los manantiales, los ríos, las plantas, los animales, seres y presencias, nuestros muertos.
Dejar fuera a estos miles de millones de campesinos del mercado alimentario es un lujo que las compañías no quieren darse. Incluirlos a fuerza amarrará sus ganancias y hará irreversible la sumisión. Expandirá el control empresarial —de la producción al comercio minorista de los alimentos. No habrá rienda suelta a sus ganancias sin regulaciones a todos esos campesinos y comunidades insumisas que desde su vida de siembra entienden el mundo de otro modo y saben que el capitalismo ambiciona sus territorios, sus recursos, sus saberes ancestrales y su mano de obra precarizada en las ciudades.
Las crisis se concatenan y entrelazan. Es urgente producir nuestros propios alimentos, sea en el campo o en la ciudad. Si no hoy, muy pronto. Quienes más mal parados estamos somos la gente de la ciudad que nos hallamos en manos de las agroindustrias y los supermercados que nos arrastrarán en su suicidio planetario. Ya es hora de tomar en serio y poner en práctica las propuestas de las comunidades campesinas. Antes fue utopía, que mucha gente calificó de trasnochada. Hoy no hay escapatoria.
¿De qué nos sirven silos atiborrados de cereales transgénicos, plagados de agroquímicos y controlados por los especuladores? Tenemos que impulsar otros alimentos, unos que la gente cuide, cultive, trabaje, gestione y valore en sus propios espacios, y no los alimentos que producen en gran escala las grandes empresas ligadas a redes de todo tipo de manipulaciones que les agregan nocividad biológica y social con tal de lucrar.
Hoy, los campesinos que guardan sus semillas y las intercambian libremente son el símbolo más claro de una resistencia planetaria contra los sistemas de control. Son también, justamente, quienes menos han sentido el embate de la crisis. El intento de erradicar las semillas que durante 10 mil años nos han dado de comer (y su cuerpo de saberes agrícolas) parece extraída de una ciencia-ficción más atroz que Farenheit 451 que describía un mundo donde se prohibían los libros y la lectura.
La tesis de GRAIN es que: “si la agricultura campesina fuera ineficaz, o marginal, no habría tanto empeño en erradicarla”. En el larguísimo plazo es tan notable su potencial de autonomía, horizonte y cuestionamiento que sembrar hoy es un acto de resistencia activa.5
RVH (GRAIN), Colectivo por la Autonomía, Casifop
Notas:
1 grain ha descrito este último en “Problemas en la bóveda, no todos celebran Svalbard”,26 de febrero de 2008, ver www.grain.org
2 Ojarasca 42, octubre de 2000.
3 Ibidem.
4 Zoológico de semillas del mundo”, La Jornada, 27 de febrero de 2008
5 Una versión de este texto fue publicado en Ojarasca 135, 21 de julio de 2008