“Nuestra semilla principal es la memoria”

“Nuestra semilla principal es la memoria”

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La reunión preparatoria que celebraron varias organizaciones involucradas con la Red en Defensa del Maíz en abril de 2008 arrojó, entre otras consideraciones, la convicción de que la integralidad no era algo inventado, y que no se refiere sólo a la lógica y racionalidad propia de las comunidades indígenas. Era, y es, un modo de entender la complejidad del mundo, sobre todo cuando las crisis que ocurrían se iban combinando hasta provocar una situación general insostenible. Cuando las corporaciones tenían, y tienen, una guerra desatada contra el campesinado, una guerra que se expresa en leyes, políticas, asignaciones; en las relaciones de las empresas con organismos supuestamente inocuos como las “organizaciones de semilleros”; en los presupuestos, programas de gobierno, campañas de propaganda y de medios, dinero involucrado para dividir a las comunidades y cooptar dirigentes y una represión directa contra quienes protestan contra las condiciones imperantes.

Hoy tal vez esta idea de la complejidad es algo común en los análisis y reflexiones que se hacen entre las organizaciones sociales y de la sociedad civil, pero entonces iba tomando forma en tanto se abrían más y más espacios para pensar juntos.

Por paradójico que parezca, las corporaciones lograban (y logran) hacer negocio de las crisis, administrándolas y proponiendo remedios de corto plazo que implican nuevas oportunidades de reproducción y de reestabilización corporativa —pese a devastar a la población en su conjunto y al sustrato material del mundo. Como ejemplo, los funcionarios de la FAO (junto con las fundaciones Gates y Rockefeller) proclaman la necesidad de otra “Revolución Verde”, siendo que la primera arrasó miles de años de agricultura con sus efectos desastrosos. Disfrazado de filantropía, el mercado abre nuevos horizontes de conquista y depredación.

Entonces, sabiendo que la defensa del maíz es en realidad la defensa de los pueblos del maíz en toda su integralidad relacionada, la Red en Defensa del Maíz celebró el taller Semillas de los Pueblos, Tradición, Resistencia y Futuro entre el 7 y el 11 julio de 2008 para que la gente volcara todas sus inquietudes.

En ese entonces la sensación general de la gente era que había mucha confusión, mucho miedo en el futuro y una escalada en los precios que inmovilizaba. Sin embargo, la gente de la Red reconocía la necesidad de abrir el horizonte e insistir en que algo siempre es posible. “La historia no está escrita en piedra”, decían unos. “Hay muchas chispas de organización en torno a las alternativas. Las opciones no son meras ilusiones, hay muchas acciones y caminos visibles”, insistían otros más.

Sin embargo, era real que la migración crecía a extremos increíbles, los pueblos se seguían vaciando y muchas tierras quedaban abandonadas. “Muchos de los migrantes regresan y venden sus tierras. Ya no quieren hacer su servicio a la comunidad. Y es que la pérdida de saber quiénes somos y de dónde venimos tiene también que ver con el desamor al maíz”, decía gente de regiones donde se siente esa tristeza.

“Con la migración, los pueblos y comunidades se quedan tan vacíos que hasta el dinero en efectivo pierde sentido. Hay casas que se construyen con el dinero de las remesas, y la familia se desgarró y alguien se mata trabajando en el otro lado, y la casa que construye en su pueblo no la habita nadie” —apuntaba un señor de la Mixteca poblana. “Con la migración se pierde la identidad. Los migrantes se sienten que son de la ciudad y que no le deben respeto a nadie. Se olvidan de los demás, ya no son los mismos. Las familias se rompen. Pueden enviar dinero, pero no saben cómo están sus padres o sus hermanos. A veces ni les hablan por teléfono”, recalcaba.

Mientras que para algunas comunidades el problema son los cambios de hábitos alimenticios, la comida chatarra, para otras es que muchos que regresan se comportan mal, están en las adicciones y traen enfermedades raras. “Hay usos nuevos que dañan la frágil organización de nuestras asambleas y destruyen las familias. Y en la ciudad, se meten a trabajar en empresas y ni saben cuánto les pagan”, dicen dos hermanos del estado de México. “Las remesas han ido dañando la voluntad de la gente, que cada vez más quiere solucionar los problemas con dinero. Entonces muchas señoras optan por consumir ‘comida rápida’ que no lleva tiempo prepararla y pierden la costumbre de preparar comidas tradicionales, sanas. Muchas jóvenes ya no aprenden a tratar el maíz, a preparar tortillas”.

Como hay que trabajar la tierra y ya no hay los brazos suficientes, los que quedan con la responsabilidad de la milpa tienen que usar mucho herbicida, mucho plaguicida y fertilizantes y la tierra se enferma. Las mujeres son las que más se quedan. Tienen que ver por los niños, por los ancianos y por la tierra. Por otro lado, cuando alguien quiere trabajar, ayudar a un campesino con su labor y ganarse un poco de dinero, ya no tiene esa oportunidad, porque la moda es que todos quieren ahorrar en trabajo y no emplean a sus vecinos o familiares, y por voluntad propia inundan la tierra con agrotóxicos.

Decía una señora del sur de Veracruz: “Los agrotóxicos producen cáncer en la gente y envenenan los productos. La tierra misma está envenenada. Como hemos dicho antes, la tierra se volvió drogadicta con tanto químico. Sabemos que nos mandan productos prohibidos en otros países para que nos los vendan aquí. La semilla mejorada empobrece los suelos y trae más plagas. El maíz mejorado casi siempre es de los mestizos que quieren sembrar en gran cantidad. Pero ya hasta ellos le están dando valor al maíz nativo, porque crece bien y con menos plagas y se puede almacenar mejor. Así que algunos compañeros están combinando: siembran mejorado para la venta pero siembran nativo para el ‘autoconsumo’. Pero cada vez que nos reunimos, cada año, observamos que la brecha es cada vez más grande entre lo que comúnmente se dice ‘la producción para el mercado’ y lo que nosotros siempre hemos hecho, que le dicen el autoconsumo, y que vemos más como una autonomía alimentaria”.

Otro señor continuaba: “en Ayutzintla —Los Tuxtlas, Veracruz— vivimos de lo que nosotros trabajamos. Plátano, yuca, maíz; siempre tenemos otras cosas que vender además de lo que apartamos para comer. Porque es bueno vender lo que le queda a uno, porque si no se lo termina uno, se pierde; entonces puede uno salir al mercado a intercambiarlo o venderlo. Pero si uno comienza por pensar en tener para vender, siempre comete algún error. Porque los precios no dependen de uno, porque sembrar una sola cosa o de un solo tipo es demasiado riesgo. El secreto es pensar en tener para comer. ¿De qué sirve pensar en mucho, pensar en lo rápido, pensar en lo que ya está listo, pensar en el dinero?”

Una de las preocupaciones recurrentes era (y es) no saber detectar cuando un maíz es transgénico. Y no dejan de comentar: “Sabemos que las malformaciones son visibles: cuando le salen los jilotes en las espigas, o las raíces voladoras, pero sabemos que también esas malformaciones les pasan a los maíces que no han resultado positivos cuando los checamos en el laboratorio para encontrar transgenes”, comenta un comunero de la Sierra Juárez de Oaxaca. “Nuestro problema para luchar contra los transgénicos fuera del laboratorio es que no podemos verlos, pero sabemos que existen. No sabemos cómo eliminarlos, pero hemos discutido muchas formas de evitarlos: usar la semilla de la que sabemos su historia, mantener la distancia con milpas que sean sospechosas, intercambiar semillas entre nosotros, evitar las semillas compradas o las semillas de las que no sabemos su historia”.

Otro de la Sierra Norte de Puebla reafirmaba lo anterior diciendo: “No importa si el maíz transgénico se ve o no, pues toda forma comercial de producir los alimentos está matando nuestro maíz: los agroquímicos, los cultivos exóticos, los programas que propone el gobierno para usar las tierras; se están perdiendo cultivos como tomatillos, calabazas, quelites; con el maíz se pierden los cultivos que lo acompañan, y seguramente muchos animalitos también. Ya hay comunidades donde se han firmado actas, a modo de acuerdos de toda la comunidad, donde se rechaza a los maíces transgénicos”.

 “Todos los impactos que tiene la crisis de la agricultura y la emigración se reflejan en la salud y la alimentación de nuestras comunidades”, dice una señora del Istmo de Tehuantepec. “Vivimos una invasión alimentaria. Luchamos por una agricultura que sea un derecho y una salud, y no solamente como un sistema de producción de comida, al precio que sea. Como consecuencia de tanto fertilizante y plaguicida los niños tienen sus defensas muy bajas. Si a uno le da una gripa, les agarra a todos. Si a uno le da hepatitis, a todos les da. Hay enfermedades como la tuberculosis, que las instituciones dicen que ya no existe pero nosotros vemos familias enteras que la padecen”.

Y recalca un punto que duele en todas las comunidades, porque está en el centro del problema:  “la mala alimentación viene de tener que comprar todo, porque necesitamos dinero a fuerza, y porque lo que compramos de por sí no es bueno, y porque se perdió la diversidad en las milpas. Al tener una mala alimentación viene la mala salud, se va la vida. Las enfermedades que cada vez vemos más en las comunidades provienen de todo el modo de vida que nos venden y que cada vez más estamos forzados a comprar cuando la economía del dinero lo domina todo”.

Tal vez las comunidades campesinas en el norte del país, en Sonora o Tamaulipas, o en zonas de mucha agricultura industrial, como el norte de Guanajuato, resumen todos los problemas, los concentran. Son pocas las comunidades que tienen maíces nativos. Padecen un caos climático muy notorio. Tienen que sembrar un tipo de maíz homogéneo, híbrido, para poder venderlo. Y es que en el origen de casi todos sus problemas está el hecho de que tengan que producir para vender.

Las comunidades, los pueblos del norte, los campesinos, están comprometidos ellos, su tierra, su siembra, a ser como el mercado les exige. Tienen que usar un montón de agrotóxicos o la tierra no produce y el cultivo no crece. Lo maíces híbridos necesitan muchísima agua. Vienen los empresarios, rentan la tierra por algunos años y se terminan el agua y la salud de los terrenos. Luego se van, dejando un nuevo desierto. Y como luego hay que sacar agua de lugares más profundos lleva muchos materiales pesados y eso les pudre los dientes a los niños o causa enfermedades que luego tienen que cortarles dedos o piernas a las personas.

“Cuando entraron los agroquímicos, murió la diversidad. Es urgente dejar de usar agrotóxicos”, dicen muchos de los presentes, “porque aunque al principio no se vea el beneficio, la recuperación de la tierra, es un hecho, el beneficio va viniendo de a poco, trabajando con cuidado la recuperación del suelo”.

 Pero también es real que la gente va sintiendo cómo se pierde la identidad, la familia, cómo se desgastan los valores, cómo desaparece el padre de familia. Siente la falta de interés de los jóvenes en la agricultura. Encima de todas estas pérdidas, sigue soportando la discriminación hacia las personas indígenas, y muchos llegan al punto de autocensurarse. Algunas familias promueven que sus hijos no hablen ya sus lenguas para no sufrir desprecio.

Y un viejo sembrador remata: “Hemos perdido la capacidad para observar e interpretar las señales de la lluvia, de las estrellas, de las nubes, de los fríos y calores, de la humedad o sequedad, de la finura del aire que nos ayudan en la siembra, en parte porque hay mucha alteración de los ciclos y de las lluvias, pero en parte también por la pérdida de los saberes de la vida en el campo”.

A esto se le suman los programas de gobierno, que son literalmente nocivos, que son instrumentos en una guerra de control de la vida campesina, indígena. El Programa de Certificación Ejidal, el llamado Procede, por ejemplo, ha sido documentado ampliamente y lo mejor de todo, las comunidades lo han impugnado y resistido en todos los espacios. En el Taller Semillas de los Pueblos, Tradición, Resistencia y Futuro, la gente no quiso abundar especialmente, porque en 2008, lo peor del embate ya había pasado y a fin de cuentas la comunidad había ganado una primera batalla de largos años. Entonces, sin abundar, lo resumían diciendo: “El Procede se hizo para que ya se puedan vender los terrenos. Nos miden lo que tenemos, nos dan el título y ya muchos ejidatarios nos estamos quedando sin terreno, porque la tierra se fragiliza cuando se puede vender, aunque sea de a pedacitos”.

La discusión se centra en Oportunidades, que cambia la dinámica de la comunidad, que les dice a las familias cómo comportarse (cómo trabajar, cómo educar a los niños, a las mujeres les dice cuáles son sus derechos aunque sean cosas inentendibles. Muchas personas se acostumbran a esperar la fecha para cobrar porque fueron a las reuniones obligatorias, porque se hicieron los tratamientos médicos que les indicaron; luego ya nomás cobran el dinero. Un dinero que, por la manera de ir a cobrarlo, en las ciudades grandes, se termina gastando en alcohol, por ejemplo. “Sabemos que hay coyotes y gente tranza que espera cerca de las filas de cobro para embaucar a los jefes de familia o a las señoras que salen con su cheque”, dicen unas señoras. “En ese sentido, en varias asambleas hemos dicho que Oportunidades y El Procampo, sirven también para fomentar el alcoholismo”.

Lo más importante del taller, como siempre, fue que entre los fragmentos de historias y en el relato de lo logrado, quedaba la idea profunda de que “la esperanza es un pedacito de algo que se está perdiendo pero lo volvemos a sembrar. Una semilla nativa, o una costumbre que casi no se practica o la historia como la narran los viejos. Aun viniendo de distancias muy grandes, de vidas muy diferentes, sorprende la similitud de los problemas que tenemos, es decir que lo que estamos diciendo es verdadero, es evidente, nadie puede tacharnos de locos o mentirosos. Nuestra semilla principal es la memoria”.

Y en el taller se reflexionó algo que fue conformando también la estrategia jurídica de la Red hasta nuestros días. Uno de los presentes, anotaba: “Si imaginamos un escenario de demandas jurídicas o amparos, no tendría que ser por el fin de lo jurídico en sí mismo, sino para crear organización, para construir tejido social y poder plantear el problema internacionalmente. Hacer todo esto visible”.

Finalmente, la Red culminó el taller con un excelente pronunciamiento (que incluimos a continuación) y con acuerdos que no son sólo para satisfacer requisitos. Estos talleres son espacios para establecer vínculos, para pensar juntos, son espacios de trabajo real, pero es crucial, señalan varios, fortalecer los espacios comunitarios, regionales. “Si nos llevamos lo discutido aquí a nuestros espacios, podremos seguir tejiendo, en tanto compartamos tareas y objetivos comunes. A partir de eso, podremos confluir con más fuerza”.

Pero todo lo dicho aquí sirve a todos. El taller terminó identificando los pendientes y forjando juntos una agenda de trabajo que contemplara a todos. Por lo pronto, entender el panorama tan confuso, es algo que todos los presentes se llevaron a sus casas.

Colectivo por la Autonomía, GRAIN, Casifop

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