Los invisibles
Ana de Ita
La Jornada PDF
10 de febrero de 2013
El 31 de enero, cerca de las 4 de la tarde la explosión en el edificio de Pemex borró todo lo que ocurría en sus alrededores. A unos tres kilómetros de distancia, una marcha arrancaba del Ángel de la Independencia hacia el Zócalo. Invisibles para los medios de comunicación y para el país preocupado y con razón por la tragedia, la marcha fue la más grande hasta ahora, en oposición a la siembra de maíz transgénico en el centro de origen.
Cerca de 4 mil campesinos de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA), caminaron detrás de una banda de música, con mantas que identificaban su procedencia y otras que declaraban su oposición: Los mexicanos no queremos ser ratas de laboratorio. No al maíz transgénico. Muchos marcharon en silencio como se acostumbra en las zonas rurales, vigiladas por los caciques, pero algunos se animaron a gritar ¡Fuera Monsanto!, y ¡Si Zapata viviera al maíz defendiera! También participó la Central Campesina Cardenista, la Red En Defensa del Maíz, el Movimiento Urbano Popular, #YoSoy132 ambiental, Jóvenes ante la Emergencia Nacional y Greenpeace. Por primera vez la negativa social a la siembra de maíz transgénico recorrió Reforma, las calles del Centro Histórico y llegó al Zócalo. En un ambiente festivo, los campesinos unorquistas concluían una semana de plantón y ayuno frente al Ángel de la Independencia para demandar al presidente Enrique Peña Nieto que impida la siembra comercial de maíz transgénico.
La participación campesina es muy significativa pues Monsanto y las Gigantes transnacionales productoras de semillas transgénicas siempre se dirigen a ellos: Monsanto ayuda a que los campesinos siembren alimentos de una manera más eficiente y más sustentable, sostiene la empresa en su sitio web. Pero los campesinos de carne y hueso vinieron a la ciudad y salieron a la calle para oponerse a esta propaganda, además de desmentirla con base en la experiencia de los granjeros familiares en Estados Unidos, después de 16 años de siembra de transgénicos: los cultivos transgénicos no rinden más, son más caros y aumentan el uso de plaguicidas. Cuentan además que los campos del cinturón maicero de Iowa se han quedado sin mariposas y comentan que estudios científicos recientes comprueban que el glifosato, herbicida que utilizan el 80 por ciento de los cultivos transgénicos, provoca la muerte de las ranas.
El mensaje de UNORCA desde el Zócalo sostiene que para los campesinos los transgénicos significan despojo y control. Nos pretenden despojar de nuestros saberes cristalizados en las semillas: años de trabajo y experimentación colectiva que hemos puesto al servicio de la humanidad, de los que las corporaciones se han apropiado y ahora exigen patentes y regalías. Proponen restablecer la moratoria a la siembra de maíz transgénico y derogar a partir de iniciativas ciudadanas, la Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados y la Ley de Semillas. Propuestas radicales y caminos que confían más que en la buena voluntad del Estado, en la movilización de la sociedad para conseguirlo.